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Todo verdor perecerá

Eduardo Mallea.

8ª edición.

Buenos Aires : Sudamericana, 1970.

209 págs. ; 18 cm.

Resumen: Describe la ciudad natal con mayor precisión que en Historia de una pasión argentina, apelando a una metáfora felina: "He aquí la ciudad del sur, Bahía Blanca, azotada por la arenisca junto al océano. Como la garra cauta del gato con el cachorro confiado, juega el verano con la ciudad atlántica. De pronto los plátanos de hojas inmóviles contienen, alegres, el gorjeo de la siesta. Soñolientos pasantes de abogado cambian con los procuradores recibidos miradas de envidia embotada." Es una fotografía de esta ciudad, caracterizada por los vientos encontrados, la tierra y la arenilla que flota por los aires hasta, a veces, cubrirlo todo con un manto de polvo visible desde un vuelo. Pero Mallea describe además la gente de esta ciudad, cuando habla de los "soñolientos pasantes de abogado" que cruzan las calles del centro, cerca del correo y la plaza Rivadavia, yendo de juzgado en juzgado. Una ciudad tranquila por entonces, ajena a los ruidos y los febriles movimientos actuales. La novela se divide en dos partes: en la primera, la acción se concentra en una pareja que vive el drama de la incomunicación. Intervienen muy pocas personas: el doctor Reba, Ágata, su hija, y el marido de esta, Nicanor Cruz. El relato se centra en la protagonista, única mujer en toda la obra, y sigue el proceso mental que se opera en ella hasta que se vuelve irremisiblemente loca. En la segunda parte, Ágata, viuda ya, se siente renacer. Un hombre experto en el trato con mujeres, "un profesional de la vida", encuentra en ella campo propicio. Enamorada de ese sujeto, Ágata aprende a sonreír, se ablanda su corazón; vive cansada, pero de "buen cansancio". Su felicidad dura poco. El conquistador la abandona sin más, dejándole una breve carta de despedida. Para él no ha pasado nada; para ella es la catástrofe, la derrota definitiva, el aflojamiento de todos sus resortes vitales. Se siente como antes, cuando malvivía con Nicanor. Se entrega a una desesperación muda, sin lágrimas ni lamentos; sin rebeldía, sin confesión, hasta convertirse en un desecho humano que deambula por las calles, sin que nadie la reconozca. Al final cae deshecha, enloquecida, en el umbral del que fue su primer hogar. A pocos metros, en una iglesia está la salvación, pero es incapaz de verla. Podría decirse que es una especie de Madame Bovary, al menos en la superficie. Alistándose en cierta tradición argentina de maniqueísmo literario, Mallea reparte cualidades en dos columnas opuestas: Ágata es la pureza, la belleza, el arte, el ideal, lo urbano; su marido Nicanor Cruz es la fealdad, la tierra, lo basto y hosco, el campo. De hecho, casi no hay personajes en el libro, sino más bien ideogramas: Ágata, dice el narrador, "no tenía conciencia más que de su sed, de su sed insaciada", y Nicanor, tal era su ley, "tierra, tierra, tierra". La historia —el roce entre estas columnas de abstracciones— es la mutua incomprensión y el aniquilamiento consiguiente de ambos.

Contenido

  • Primera parte
  • I, p. 13 - II, p. 25 - III, p. 36 - IV, p. 59 - V, p. 81 - VI, p. 86 - VII, p. 93
  • Segunda parte
  • VIII, p. 109 - IX, p. 125 - X, p. 144 - XI, p. 156 - XII, p. 170 - XIII, p. 193
 
Registro 003197 · Modificado: 05/04/2024

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